Se cuenta que cuando los Emperadores firmaron aquel tratado de neutralidad y las Casas llegaron a Tamrad para convertirse en la Regencia, éstas se encontraron una isla herida, con mucho dolor por la guerra y gentes divididas por un sentimiento de odio enraizado a lo largo de un conflicto que abarcaba tantas generaciones como ni siquiera una mente mortal podía llegar a comprender.
Algunos dicen que la primera decisión que tomaron fue celebrar su llegada con festejos, con regalos y promesas de concordia pero la realidad era que incluso esas Casas, guardaban demasiado rencor por aquellos que, hasta hacía apenas unos meses, eran sus enemigos.
Es por ello, que la Regencia tomó la decisión de celebrar un baile, un encuentro social entre las Casas y nobles de la isla para conocerse mejor, comprenderse y, a ser posible, estrechar lazos. El verano ya casi tocaba su fin, las noches seguían siendo agradables, cálidas pero la brisa ya traía aromas a otoño, tiempo de cambio, de renovación.
Aquel baile comenzó de manera muy fría. Un discurso preparado, mucho protocolo, miradas tensas. Aquellos que se atrevían a bailar lo hacían entre ellos mismos por lo que el motivo de la celebración iba perdiendo sentido conforme la noche avanzaba. Las copas se llenaban y vaciaban rápido, quizá demasiado rápido.
Los Alistel observaban severamente todo cuanto acontecía en aquel salón, el orgullo y sentimiento de superioridad tygardiano les delataba y se limitaban a mantener su porte solemne y noble.
Los Sheikh parecían los más despreocupados, sin duda eran los que más ocupaban la zona de baile, bebían y comían pero tampoco bajaban la guardia, parecían la Casa más alegre pero a la vez era la menos vulnerable pues parte del servicio estaba sobornado para informarles de cualquier intento de dañar a los suyos.
La familia Naeris había ocupado un rincón del gran salón, los elfos apenas hablaban o se relacionaban con el resto de Casas, ni siquiera usaban el común como idioma para hablar y de manera bastante hermética, bebían comedidamente probando algún que otro aperitivo sin perder detalle de la celebración.
El clan Zhang había sido el primero en llegar y al contrario que el resto de Casas, sus integrantes estaban dispersos por todo el salón e incluso se habían aventurado a entablar conversación con algunos miembros del resto de familias, su protocolo y sus modos eran tan perfectos que resultaba difícil ser descortés o brusco con ellos.
Ante semejante panorama, lo que debía ser un evento de unión y cordialidad, se convirtió en algo incómodo y molesto, la decisión de organizar algo así, incluso con el respaldo de los votos a favor de toda la Regencia, se reveló como algo que quizá no alcanzaría su objetivo.
Un golpe seco, el sonido del metal de una copa al caer al suelo fue el detonante perfecto para que los músicos dejasen de tocar y toda la sala se callase de golpe ante la tensión entre un miembro de la familia Sheikh y un Alistel. El muchacho había empujado sin querer al tygardiano mientras bailaba y había tirado su copa por accidente. Aquello fue como lanzar una antorcha en medio de un pajar, algo tan simple como un gesto involuntario desembocó en reproches, quejas y comentarios cruzados que amenazaban con dar un final aún más trágico a una noche triste.
Sin embargo, en medio de aquella confrontación, entre insultos y disgustos, ocurrió lo inesperado. Por cada uno de los arcos que daban al jardín comenzaron a entrar multitud de luciérnagas, primero parecían unas pocas pero lentamente el salón fue llenándose de aquellos pequeños y luminosos insectos que volaban a media altura, moviéndose en lo que parecía ser la danza que los allí presentes habían despreciado.
Al principio no les dieron importancia, la discusión y el enfrentamiento parecían más importantes pero poco a poco fue imposible ignorarlas y las miradas irían siguiendo la danza de los hermosos destellos que las luciérnagas producían. Por alguna razón que a día de hoy se desconoce, el fuego de las antorchas del gran salón fue extinguiéndose dejando como indiscutibles protagonistas de la noche a las pequeñas y luminosas intrusas.
Contra todo pronóstico y en medio de un ambiente de confrontación, nadie se había percatado de que dos enamorados llevaban toda la noche mirándose a escondidas, buscando motivos para acercarse sin levantar sospechas, intentando de algún modo no llamar la atención de sus respectivas familias. Sin embargo, había algo más poderoso que el odio impuesto, algo que los presentes no habían visto pero las luciérnagas, sí.
Poco a poco, aquella hermosa danza por parte de las pequeñas luces fue mostrando un patrón, iluminando una zona del gran salón donde el miedo y las dudas fueron quedando de lado. Una de aquellas almas puras se inclinaba ente la otra pidiendo formalmente un baile sin apartar la mirada de sus ojos. Allí ya no había un sentimiento norte o sur, no existía rencor, sólo esperanza, la esperanza de que allí, en Tamrad, su amor fuese posible.
El baile fue aceptado, el resto de los invitados fue poco a poco formando un círculo en torno a aquella peculiar pareja que parecía simplemente danzar en silencio sin importarles quién o quiénes estuvieran viéndoles. Las luciérnagas seguían sus movimientos volando el torno a ambos y poco a poco los músicos salieron de aquel trance, reaccionaron comenzando a tocar obrando la magia que sólo la música puede alcanzar.
Las miradas de reproche dieron paso a algunas de vergüenza y arrepentimiento. Los murmullos se unieron a la propia música y poco a poco, el temor dio paso al atrevimiento. Lentamente y en medio de aquel hermoso baile, varias parejas más salieron a la pista, ya no importaba si eran de la misma familia, sólo querían disfrutar de un momento mágico, una noche que sería recordada como “La Noche de las Luciérnagas” cuyas protagonistas habían dado luz y una visión nueva a unas mentes ancladas al pasado, un pasado oscuro, doloroso… Un pasado que, ahora entendían, no debía condicionar al futuro.
-Leyendas de un mundo devastado.